miércoles, 24 de julio de 2013

Mal andamos...

Ayer fui a visitar el librero.

Parece una frase sacada de alguna novela del siglo pasado... tristemente... Y es que la gente ya no visita a los libreros. La pequeña librería está desierta. Los manuales, novelas, tratados, cuentos, se preguntan qué hacen allí acumulando polvo en lugar de estar viendo mundo, pasando de mano en mano como antaño. Y el librero solo, con todos sus conocimientos a la espera de que algún lector atraviese las puertas del Palacio de las Letras y le pida consejo.

Pero son malos tiempos para el librero, y por ende, para el escritor. Muy pocos somos los afortunados de ver nuestras obras publicadas, menos aún los que conseguimos estar en el escaparate, a la vista, tentando al transeúnte a alargar su mano y viajar dentro de las páginas de nuestra obra. Pero ¿por qué?

El ocio se diversifica. Las grandes superficies acaparan gran parte de nuestro tiempo y allí, los libros que se venden son los grandes "Best Sellers" que no necesitan de un librero que los conozca en profundidad y proclame sus bondades. Y así, miles de obras desconocidas seguirán siéndolo y sus páginas seguirán vírgenes de la caricia del lector.

La pequeña librería se resiente, el librero se lamenta y el el escritor llora su situación. Pero el que más pierde, sin duda, es el lector.

Renovarse o morir. De esta manera, las librerías se están adaptando a los nuevos tiempos. Se especializan y ofrecen actividades complementarias. Talleres, cafés, cuentacuentos, proyecciones, teatrillos para los pequeños y "Brunch" para los mayores... o a la inversa. El caso es que parece que de esta crisis van saliendo nuevas e interesantes ideas.

Y es que la vida está en los pequeños placeres, en los pequeños lugares, en las pequeñas tiendecitas del barrio... Ayudemos entre todos a conservar la realidad que hasta hace muy poco era la nuestra y devolvámosle el aliento a la calle.


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